Uno de los principales motivos por el que viajamos a Costa Rica fue el de poder conocer de cerca su fauna. Para ello, además de viajar por el país, quisimos ejercer de biólogos en contacto constante con los animales, por lo que decidimos participar en un voluntariado con posibles futuras perspectivas laborales (al menos eso es lo que intentamos).
Los que conocéis el mundo de los voluntariados en el campo de la biología, sabréis que parece que no es suficiente colaborar con ellos en lo que haga falta, si no que la mayoría de veces hay que pagar cantidades astronómicas simplemente para poder trabajar, además de tener que pagar por el alojamiento y por la comida… parece que el poder trabajar en la conservación de la biodiversidad solo está al alcance de los que tienen el bolsillo lleno… y ése no era nuestro caso. Así, descartando la posibilidad de pagar, encontramos un pequeño centro de recuperación, en el que colaborando para la causa con poco dinero por lo menos nos proporcionaban alojamiento, y con el tiempo, posibilidad de trabajar allí.
El centro en concreto se llama Rainsong Wildlife Sanctuary, y está situado en la Península de Nicoya, en la costa del Pacífico al noroeste del país. La persona a cargo del centro resultó ser Mary, una americana de Texas enamorada de los animales. Su intención siempre fue buena, la de proteger a los animales, pero creemos que a veces, sólo con la intención no basta.
El objetivo del centro era el de rescatar animales salvajes heridos, alimentarlos, cuidarlos y recuperarlos para luego soltarlos de nuevo a su hábitat. Nuestra función era la de alimentar a los animales, limpiarles las jaulas, sacarlos a pasear e incluso hacer visitas guiadas a los turistas que se acercaban. Allí se encontraban numerosos animales, entre los que destacaban por encima de todos las dos especies de monos que allí tenían: Tarzán, el capuchino de cara blanca (Cebus capucinus) y los cuatro monos congos o aulladores (Alouatta palliata).
Tarzán era la «estrella» del centro. Fue capturado de bebé por unos furtivos para tenerlo como mascota, pero pronto se cansaron de él y lo liberaron. Fue entonces cuando fue atacado por un grupo de monos aulladores y rescatado por la gente local. Una vez en el centro, tuvieron que amputarle su brazo izquierdo debido a las lesiones que tenía, así que cuando se recuperó se vio condenado a permanecer de por vida en Rainsong, ya que su exitosa reinserción en la naturaleza resultaría muy dificil debido a su lesión. Como mínimo lo sacábamos de su jaula dos veces al día (para alimentarle y prepararle la comida), y era entonces cuando empezaba la locura: Tarzán corría y saltaba por todas partes, mordía, rompía o robaba todo lo que encontraba, se peleaba con todo lo que podía… y eso que le faltaba un brazo… ¡No fueron pocas las marcas de sus «juguetones» mordiscos que nos quedaron!

Mona, Doodles, Francesca y Eve eran los cuatro monos aulladores. Mona era la mayor de ellos, y normalmente la más dificil de tratar. Había sido expulsada de su grupo original por un nuevo macho alfa partiéndose la espalda y quedando gravemente lesionada; el centro la recuperó y la acogió como una más de la familia. Sentía especial predilección por los hombres, por lo que era Albert el que normalmente se ocupaba de ella (una vez se ganó su confianza). Dos veces o más al día teníamos que sacarlos a pasear y alimentarlos. A los más pequeños (Doodles, Francesca y Eve) teníamos incluso que darles el biberón. Eso fue realmente una experiencia inolvidable. Laura llegó a intimar con alguno de ellos, ya en forma de mordisco o de cariñosos besitos. Nos acabamos encariñando mucho con nuestros bebés, y creemos que ellos también con nosotros…

En Rainsong concidimos con numerosos voluntarios, la mayoría norteamericanos o canadienses. Fue una muy buena ocasión para poner al día y mejorar nuestro nivel de inglés, puesto que al final nos pasábamos 24 horas con ellos. Con algunos de ellos la verdad que hicimos muy buenas migas (en especial con Evan de Canadá y Ben de USA).
Tuvimos la suerte de tener una cabaña para nosotros solos: la llamada «honey moon hut» (cabaña de la luna de miel). Todos los voluntarios se alojaban juntos en la misma cabaña, donde se encontraba la cocina y cerca de los baños. Nuestra cabaña se encontraba unos minutos selva arriba… así que a pesar de NO tener paredes (en su lugar teníamos unos plásticos) pudimos gozar de cierta intimidad. Para los dos, fue nuestro primer contacto con la selva tropical, y vivir en un sitio como éste, sin paredes, sin comodidades, con un calor asfixiante y con millares de sonidos y de bichos diferentes como compañeros de cabaña fue una experiencia que nos marcó. Cada día allí era una aventura: levantarse oyendo las aves y los monos, ver un coatí (Nasua narica) escondido en un árbol, cruzarse con una mofeta, encontrarse un escorpión en el baño…

También había muchos otros animales, entre los que destacamos a Anti, el tamandúa mejicano (Tamandua mexicana), el puerco espín (Sphiggurus/Coendu mexicanus), el pecarí de collar (Pecari/Tayassu tajacu), una paca (Agouti/Cuniculus paca), ardillas (Sciurus variegatoides), un ciervo o venado de cola blanca (Odocoileus virginianus), multitud de especies de loros, canarios y cotorras, dos especies de tucán (tucán rey –Ramphastos sulfuratus y un arasarí acollarado –Pteroglossus torquatus), tortugas de río negras (Rhinoclemmys funerea), iguana verde e iguana negra (Iguana iguana y Ctenosauria similis) y hasta un ocelote (Leopardus pardalis) al que le faltaba un ojo.

Combinamos nuestra estancia en Rainsong con patrullajes por la playa de Manzanillo en busca de tortugas marinas desovando, el cual os explicaremos en otra entrada. El cuidar de todos esos animales fue una experiencia inolvidable, pero al final, a groso modo, no hacíamos nada más que cortar fruta y limpiar jaulas, y como biólogos aspirábamos a algo más… a veces, nos daba la sensación de que los animales eran usados como reclamo turístico para atraer donaciones al centro y el verdadero sentido del «centro de recuperación» quedaba en un segundo plano… pero también entendemos que dados los pocos recursos económicos de los que disponía el centro, la ayuda de los turistas era indispensable para la continuación del programa. Además, creemos que en el centro faltaba gente con formación especializada que estuviera allí a largo plazo, y no simplemente contar con voluntarios que (la mayoría de ellos) no tenían ningún conocimiento en el trato y cuidado de estos animales. De todas formas el balance de nuestra estadía en el centro fue positiva e hizo que nuestra primera experiencia tropical no fuese la última!
Si os gusta el contacto con los animales pero queréis hacerlo de una forma responsable os recomendamos visitar esta web:
http://www.turismo-responsable.com/