Bienvenidos al Parque Nacional Corcovado, uno de los lugares con más biodiversidad del planeta, un lugar que National Geographic ha catalogado como el «área biológicamente activa más intensa del mundo». Habíamos oído hablar muchísimo de este parque, y desde antes de llegar a Costa Rica teníamos claro que haríamos todo lo posible para visitarlo. Los cuatro días que pasamos allí se nos quedaron grabados en la retina.
Para llegar donde se encuentra el parque, en la Península de Osa, al suroeste del país, lo hicimos cruzando el Golfo Dulce en barco hasta Puerto Jiménez. Allí compramos las entradas del parque, contratamos a nuestro guía Rony, que nos acompañó durante los dos días en el parque y nos hicimos con todo lo necesario para nuestra aventura: comida, agua y repelente de mosquitos.
Para entrar al parque es obligatorio comprar las entradas, una para cada día que se vaya a pasar en el parque, y es preferible (aunque no obligatoria) la contratación de un guía oficial. Decidimos hacernos con los servicios de un guía ya que según habíamos oído, no habían sido pocas las personas que, sin guías, se habían perdido e incluso habían muerto en el parque. Por todo ello, no es para nada barato visitar el parque. Lo recomendable es pasar tres días allí, lo que nosotros, por falta de tiempo (y sobretodo de dinero) sólo pudimos pasar dos días.
Desde Puerto Jiménez nos subimos en la parte de atrás de un camión, que nos llevó durante 3 horas a través de la península hasta la entrada del parque. Durante el camino, el camión incluso llegó a pinchar una rueda. Además, como el camión tenia abierta la parte de arriba, durante el trayecto iban cayendo hojas, ramas, bichos… y fue en una de éstas cuando Albert fue picado por algún tipo de bicho en el antebrazo. El dolor fue superagudo, y el picor que siguió, insoportable. Durante los dos días siguientes, Albert tuvo que concentrarse para no rascarse la picadura… y aún así se le hinchó bastante. ¡Gafes de la selva!
El sendero de inicio al parque empezaba a pie de playa, en la caseta del parque donde presentamos nuestras entradas y firmamos nuestra llegada. Durante horas y horas cruzamos con Rony playas y selvas, bajo un calor sofocante. La caminata se nos hizo bastante dura: sol, calor, humedad, mosquitos, y muchos, muchos quilómetros.
La verdad es que a pesar de ser un lugar con tanta diversidad, vimos menos animales que en otras ocasiones. Aún así, pudimos ver, entre otros, una pareja de tamandúas mejicanos (Tamandua mexicana), un grupo de coatís (Nasua narica), pecaríes labiados (Tayassu pecari), un grupo de monos araña (Ateles geoffroyi) y por primera vez monos ardilla (Saimiri oerstedii). Uno de los mejores momentos fue cuando estuvimos siguiendo unas huellas de jaguar (Panthera onca) en la arena de la playa. Al parecer eran muy recientes, puesto que la marea estaba subiendo y debía hacer sólo unos minutos que el animal debió pasar por allí. No vimos al jaguar, pero el simple hecho de pensar que estuvimos tan cerca de él fue memorable.
Quizás la única decepción fue que no conseguimos ver al tapir centroamericano o de Baird (Tapirus bairdii), pese a las muchas pisadas que vimos y a que lo intentamos de todas las maneras con nuestro guía Rony. ¡Nos queda pendiente!
Por la tarde, después de todo el día andando, llegamos a la Estación Biológica de La Sirena, donde cenaríamos y dormiríamos una noche. Allí nos sentimos realmente afortunados: estábamos en medio de un parque nacional, en uno de los lugares con mayor biodiversidad del planeta, un lugar donde sólo se puede llegar después de andar 8 horas o en avioneta (tenía un campo de césped usado como improvisada pista de aterrizaje). ¡Inolvidable!
Después de cenar, hablamos con Rony para hacer una mini caminadita nocturna, durante la cual conseguimos ver otra vez al icono de Costa Rica: la rana verde de ojos rojos (Agalychnis callidryas).
La vuelta a Puerto Jiménez no fue menos dura, aunque fue atenuada con un bañito refrescante en uno de los muchos ríos que cruzamos. Lo mejor de ese baño era pensar que en cuanto subiera la marea, ese mismo sitio estaría lleno de cocodrilos y de tiburones toro… ¡suerte que nos bañamos fuera de peligro con marea baja!
Así que después de dos días andando y sudando en el parque, llegamos de vuelta a Puerto Jiménez, donde nos comimos una sabrosísima pizza más que merecida. De allí, nos dirigimos a la bahía de Drake, al norte de la península de Osa, donde pasamos unos días de descanso.
