El Lago Titicaca, la cuna del turismo vivencial

¡Bienvenidos al lago navegable más alto del mundo! Este enorme lago, compartido por Perú y Bolivia, se encuentra a unos 3820 msnm, por lo que el famoso mal de altura (o soroche), aquí sí que se hace notar. Aunque no ha sido grave, hemos sentido leves dolores de cabeza, embotamiento de la cabeza, cansancio general y sobretodo falta de aire. Por eso, ¡no ha habido mejor remedio que un buen mate de coca!

Del mismo modo que Cusco y el Machu Picchu, este precioso lago también sufre los efectos del turismo. De hecho, todo viajero que visita el Perú, está obligado a hacer la misma ruta estipulada.

Aun así, los habitantes del lago todavía conservan milagrosamente sus culturas y creencias. La historia de esta gente está llena de mezclas de diferentes culturas: los incas, los collas, los tiahuanacos, los uros… como resultado encontramos una amplia gama de culturas concentradas en esta zona.

Una peculiaridad del turismo en esta zona es lo que se denomina turismo vivencial. Aquí prácticamente no existen hoteles, si no que el viajero se aloja directamente en las casas de los lugareños, conviviendo con ellos, viviendo como viven, comiendo lo que comen y conociendo así más a fondo su cultura. Nosotros pensamos que es una muy buena manera de hacer turismo, porque tanto turistas como huéspedes salen ganando.

Hemos intentado apartarnos un poco de la ruta turística por excelencia, y, en cierto modo, lo hemos conseguido. Decidimos empezar por la Península de Capachica, al norte de Puno (la ciudad más importante a orillas del lago en la orilla peruana). De camino a la pequeña y aislada localidad de Llachón conocimos a Sebastiana y a Oliver, quienes a la postre serían nuestra familia huésped. Nos acogieron con los brazos abiertos y con ellos pudimos ver que esta comunidad, descendiente de los incas, de los collas y de los tiahuanacos, son completamente autosuficientes. Cultivan sus verduras, crían sus propias truchas en el lago (que por cierto están riquísimas), cuidan de sus ovejas, vacas, alpacas y cerdos… Incluso nos dejaron vestirnos con sus ropas típicas y nos explicaron los temas de sus vestidos. Fue una estancia formidable. ¡Gracias, Asociación Pachamama!

De allí saltamos a la isla de Amantaní (según los habitantes, la isla más alta del mundo!) bastante más turística, pero sorprendentemente auténtica, rústica y bonita. Aquí nos alojamos en casa de Valentina Mamani y sus padres Bernardo y Rosa Mamani. Aunque no fue tan intenso como en Llachón, estuvimos muy cómodos en su casa, hablando y conociendo a Valentina y a su familia. Cabe decir que Valentina apenas hablaba español, ya que su lengua materna es el quechua, pero aun así la comunicación fue posible.  En esta isla, además, visitamos dos ruinas de la cultura tiahuanaco, la de Pachamama y la de Pachatata. Desde arriba de estas colinas disfrutamos de las vistas del lago y de una puesta de sol inolvidable.

Ya por último, alquilamos un barco para que nos llevara de vuelta a Puno, pero pasando antes por las megaturísticas islas Uros. Estas islas, aunque realmente son un circo hecho a medida del turista, no se pueden perder. Son islas flotantes construidas sobre la totora, una especie de junco que crece naturalmente en el lago en grandes cantidades. Hace unos 20 años que se empezaron a construir y aparentemente los Uros viven allí. Tienen sus granjas de truchas, sus cabañas para dormir, sus escuelas e incluso sus iglesias. Debido al modo en que están construidas, hay quien discute la autenticidad de estas islas, ya que parecen hechas a modo de parque de atracciones.

En resumen, a pesar del turismo, convivir durante unas noches con estas familias ha sido una experiencia muy positiva. Nos vamos con ganas de volver, pero la próxima vez, ¡queremos conocer la orilla boliviana!

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